Lamina cristalina por la que cruzaban los rayos del sol,
aquella que siempre brillaba y por la que en caso de lluvia, era lo
suficientemente lisa y llana, para que las gotas de la tormenta deslizasen
hasta quedarse abajo. Más tarde, la propia naturaleza, hacía secar aquel
charco.
A veces, no es suficiente. Soñé con verte. Soñé con tocarte.
Soñé con protegerte. Soñé y soñé… pero ya no estaba. Ya no había nada nítido,
puro. Ya no veo mi reflejo, ya no veo el tuyo, tampoco el de nadie.
Las puntas del cristal se me clavan por los dedos. Son
pequeñas, pero lo suficiente afiladas para atravesar mi cuerpo entero y llegar
ahí donde más duele. Mis recuerdos.
Quizás es ahí donde todos los cristales van a parar, o
quizás otro lugar debería ser su destino. ¿Que tal el corazón? Quizás lo
prefiera.
Me niego a pensar que el cristal nunca fue puro, o que su
reflejo nunca funciono. Y no dudo, sino lo sé. Nuestras manos sobre nuestra
espalda siempre fueron suaves. Las mismas. Puras, reales y claras. ¿Por qué
cortarlas ahora? ¿Por qué ya no brillas conmigo cristal?
Perdóname lastimarte, pero cristal… no tortures mis manos.
No tortures mis recuerdos ni los tuyos. No me odies ni te apagues. No te dejes
contaminar y vuelve a brillar. No me hagas daño. Porque te veo ahí donde me
muevo. En cada espejo, en cada reflejo ¿No me ves tú a mí? ¿O me odias y por
eso me astillas?
Ignoro las burlas o murmullos de otros, pero no te vayas, no
me dejes. Cristal resplandeciente y bello, no te dejes romper más. Soy el
mismo, soy yo, ¿no me reconoces? Te extraño y te añoro. Ojalá podamos volver a
brillar, y de un modo u otro, vernos de nuevo. Te pienso de verdad. Soy yo, de
verdad.
Te echo de menos, cristal decoroso, puro y bello.
Jorge